martes, 16 de diciembre de 2014

¿Por que los arboles no hablan?
Cuenta la leyenda que en épocas de guerra necesitaban a sabios y valerosos caballeros. Fueron buscando en las ciudades y pueblos lo que querían pero no lo hallaron.
Un joven niño estaba un día en el campo. Debía permanecer allí mucho tiempo, hasta que encontrara suficiente comida. La suficiente para que su familia viviese tranquila durante unos años sin preocuparse del hambre.
Estaba cansado y hambriento, decidió pararse a comer algo de pan y queso. Llevaba en su macuto sus mayores posesiones, una moneda de oro, veinte de plata, un medallón, un pergamino donde había un acertijo que había intentado resolver mil veces y un anillo de plata. Sin embargo, llevaba a la espalda un carcaj con flechas y un arco para protegerse. Del cinturón colgaba una espada plateada y algo oxidada. Aquella espada no era suya. La había encontrado en el bosque encantado junto con el acertijo. Jamás la había utilizado para luchar.
Estando comiendo cerca del río Tinta situado a las afueras de su pueblo Tritón. Sintió que le estaban vigilando. Sacó de su cabeza aquellos pensamientos. Él, Celestino sabía que su vida estaba fuera de peligro si estaba cerca del río Tinta. Se quedó contemplando el río Tinta. Se vio reflejado en el río. Su pelo era rubio y ondulado. Tenía los ojos azules y cristalinos como el zafiro, eran dos luceros.  Era delgado y valeroso. Siguió comiendo y cuando terminó bebió algo de agua del río.
Al poco tiempo se levantó, desenvainó la espada y sin saber el por qué se cubrió de una inmensa luz blanca y se desvaneció. Su espada cayó al suelo. Donde él estaba situado hace poco brotó una pequeña planta que fue creciendo por momentos hasta llegar a convertirse en un gran sauce. En un sauce que como el resto de árboles, parlante.
Un viajero que pasaba por allí encontró la espada, la cogió y la puso atada a su cinturón. No sabía de donde había salido pero se la quedaría.
Escuchó un rugido. El viajero desenvainó la espada. Observó a su alrededor y vió a un depredador. ¿Era un lobo? No sabía que era pues era un animal nunca visto. Permaneció inmóvil  agarrando la espada por la empuñadura con fuerza.
Pensó que debía hacer, huir como un niño en apuros o luchar como le habían enseñado años atrás, cuando aún era un chiquillo en la escuela de armería. Pasaron ante sus ojos aquellas antiguas escenas. Vio a un niño muy hábil que derrotaba que derrotaba a todos sus compañeros. Aquel niño era él, Verdecino.  Un hombre con el pelo castaño y los ojos verdes,  un hombre delgado y hábil.
Decidió luchar. Levantó la espada y gritó algo sin sentido. Aquellas fueron sus últimas palabras  de humano. Ahora era un árbol. Un fuerte e inmenso roble situado al lado del sauce. En lugar de su castaño cabello ahora había un remolino de finos papeles marrones.
Llegó hasta el campo  un triste niño llamado Rojizo. Era un chico con el pelo y los ojos rojos. Iba llorando pero al escuchar el murmullo del río Tinta se calmó y sus perlas dejaron de caer de sus ojos. Le gustó el sauce, que tenía las hojas amarillas. Se sentó en el centro de los dos e intentó coger la espada.
-¡No, no cojas la espada!- gritó el sauce.- ¡O serás árboles como nosotros!
- Es bueno ser un árbol, así tendré más amigos como vosotros.
- No, no podrás moverte, solo mirar al frente- dijo el roble.
- Yo quiero quedarme aquí.- Replicó el muchacho. Sonrió, estiró el brazo y cogió el macuto. Lo abrió y extrajo el pergamino. Ponía:

Tres distintos,
tres iguales,
tres amigos inseparables.
Entonces, Rojizo levantó la espada y se convirtió en un árbol de hojas rojas, se transformó en un eucalipto. Al tocarse el eucalipto con el roble y el sauce, se formó una gran explosión de paz. Era una explosión blanca y luminosa. Cuando la explosión terminó, en las orillas del río Tinta ya no había una espada, ni un macuto ni tres árboles. Habían desaparecido. Desde ahora los árboles callan en honor a ellos.
Por eso todos los árboles no hablan pero están vivos. Cuando veas un sauce, o un roble o un eucalipto acuérdate de esta historia. Piensa que sin ellos quizá no haya paz en tu ciudad.




 
 





Blanca Ledesma Luque 6ºC




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